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Perdonar parecía imposible

Las familias, especialmente los niños, pueden sufrir mucho no sólo a través del abuso, sino también a través de la desintegración familiar. Crecí como hija y nieta de pastores y viví una vida resguardada de muchos males que azotan la sociedad moderna. Mis abuelos celebraron sus bodas de oro (y estuvieron juntos aún después) y mis padres estuvieron juntos en salud y enfermedad durante 48 años.

 

Yo me casé con la misma ilusión de llegar a la vejez con un esposo que amaba Dios. Sin embargo, aunque nos conocimos sirviendo en la iglesia y todo parecía marchar muy bien los primeros años, fue en mis 20's que conocí el dolor de la infidelidad. Traté de reconstruir nuestro matrimonio una y otra vez (aún después de un embarazo fuera del matrimonio) durante años hasta que me di cuenta de que él no estaba dispuesto a luchar por su familia. A mis 36 años me convertí en lo que jamás imaginé: una mujer divorciada y madre soltera de 3 niños de 8, 7 y 4 años. 

Nunca olvidaré el día que hablamos con mis hijos que nos íbamos a divorciar, así como el día que se fue su papá. No dijeron nada pero sé que ellos tampoco olvidan esa etapa de nuestras vidas. Yo estaba tan herida después de tantos años que creía que mi ex-esposo era capaz de toda clase de maldad, y mi primer impulso era protegernos de él, aunque siempre había sido un buen padre. Ajustarnos a sus visitas con ellos no era fácil. Sin embargo, en medio de mi oscuridad de dolor, Dios tuvo misericordia y me ayudó a salir del temor y el enojo. Poco a poco, como madre fui entendiendo que alejar a mis hijos de su padre no era sano para ellos, y a medida que él fue demostrando que quería el bien de ellos a pesar de todo, fui bajando mis defensas y confiando más en el Señor. Después de todo, solo él tiene el control de lo que les sucede a nuestros hijos. Como un primer milagro, empezamos a tener una relación civilizada y de respeto a pesar de que él inició una nueva familia. 

Yo sabía que no sólo tenía que tener una relación civilizada, sino también perdonar todo el daño que él y su ahora esposa me hicieron durante tanto tiempo. Imposible. Eso era lo que pensaba. Pero cómo ser ejemplo para mis hijos que me observaban a diario? En mi mente y mis fuerzas era imposible, pero oré al Señor que me ayudara. Lentamente, Dios empezó a obrar tanto en ellos para pedir perdón como en mí para extenderlo. No fue fácil, pero pude ver los beneficios en mis hijos al ser testigos de un padre que pidió perdón a su primera familia, una madre que extendió perdón, y relaciones restauradas. Hoy día tengo 3 maravillosos adolescentes con relaciones sanas, testigos del pecado, pero también de la restauración que es posible en Dios. 

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